El buen herrero
con su martillo
toma el trozo
de rojo hierro,
y contento
comienza a moldearlo
pues quiere darle
aquella forma
tan soñada,
que concibe
en cada golpe,
que imagina
mientras suda
y golpea,
fuerte,
y sigue,
golpea,
cada vez más fuerte,
golpea,
cada vez más serio,
golpea,
su garganta se anuda,
y golpea,
golpea,
su desesperado martillo
vibra en el hierro,
ese hierro aún tibio,
ese hierro que no toma
aquella forma soñada,
se tuerce, aplasta,
quiebra, ¡se enfría!

¡No! ¡No!

Pero ya el muy duro hierro
sin piedad fragua su vida.







Anterior     Volver     Siguiente